– ¿Le ayudo a cruzar, caballero?
– Es usted muy amable.
Le sujeto levemente por el antebrazo en que no porta bastón, lo justo para guiarle entre el tráfico sin que se sienta violentado. Dos minutos
después está a salvo en la otra acera.
Me da las gracias y le veo alejarse a buen paso por una calle que no he visto en la vida. Extrañado, miro en derredor: nada de lo que me circunda
me resulta familiar, ni hay peatones a los que pedir ayuda. Calle abajo, el ciego regresa por fin a casa.
Autor : Erre Medina

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