Solemos denominar bloqueo del escritor, o síndrome de la hoja en blanco, a la incapacidad para escribir algo que satisfaga nuestras expectativas –o para escribir algo a secas-.
Si escribes o has intentado alguna vez escribir una novela, un cuento corto, o la letra de una canción, sin duda sabes de lo que te hablo. Nos pasamos horas, días enteros ante la pantalla del procesador de texto, sin saber cómo hilar dos frases seguidas, borrando al instante todo lo que escribimos. Ante este estado de atascamiento no es inusual que nos dispersemos, que minimicemos la pantalla del Word y perdamos la tarde buscando sinónimos, deambulando por nuestras redes sociales favoritas o, incluso, buscando artículos con consejos para evitar el bloqueo del escritor.
Si este es tu caso, no te preocupes. Sigue estos consejos y verás cómo antes de lo que esperas estás retomando tu novela.
1.- El bloqueo del escritor no es una enfermedad incurable.
Quiero empezar por lo obvio, porque sé que los creadores tendemos a ser tremendistas.
Hay días en que –por una concatenación incontrolable de acontecimientos y estados anímicos- somos capaces de desarrollar todo nuestro potencial artístico de una forma fluida. Nos sorprendemos a nosotros mismos acudiendo a metáforas ingeniosas, reformulando de forma magistral las tramas, dándole poso, profundidad y misterio a un nuevo personaje, etc.
Pero hay días y días, y como cualquier actividad que depende de nuestro hemisferio cerebral derecho, no siempre somos capaces de sacarnos conejos de la chistera de nuestro talento. Esos días de vino y rosas normalmente se alternan con otros de secano. Y hemos de entender que no dejamos de ser escritores porque nos topemos con uno, dos, tres de esos días.
Si ayer, o anteayer, sabías escribir, no hay nada en el mundo –salvo que entremos en el terreno de algunas patologías neuronales- que te desprovea del talento.
Por lo tanto, el primer consejo es tener calma con el diagnóstico: tres días sin escribir no implica sufrir el bloqueo del escritor. Meramente estás dentro del proceso ordinario de balanceo creativo, así que deja que la propia inercia haga su trabajo.
2.- La escritura es un oficio a tiempo parcial
El arte de escribir (una novela, un cuento, un relato, un poema…) precisa de un ecosistema.
Nadie puede concebir –por ejemplo- a un bróker bursátil pergeñando una urdimbre romántica mientras trata de obtener plusvalías en una subasta. Para escribir necesitamos que se alineen todos esos factores que nos inspiran y a la vez propician que emerja nuestra creatividad.
Tranquilidad, una playlist que nos inspire, sabernos con tiempo suficiente para sumergirnos en la frenética actividad que es subsidiaria de una idea genial, etc. Escribir es en parte una ceremonia, y no siempre se dan los componentes adecuados para poder invocar a las musas.
No estoy refiriéndome a ser extremadamente exquisitos con los requisitos –con perdón por el pareado- que consigan hacer emerger a nuestro escritor interior, pero sí que debemos ser conscientes de nuestros biorritmos creativos (si se me permite la expresión). Podemos descubrir, y no nos debe escandalizar, que nuestra prosa es mejor por la mañana que por la tarde –a mí me pasa- o que nos sentimos más inspirados garrapateando notas sobre la encimera de la cocina que tecleando circunspectos sobre nuestro Mac.
Sé permeable a los momentos, entornos y ceremonias en los que te resulta más fácil convocar a tu yo creativo, y reprodúcelos con la fe de un torero. No seas escritor cuando toca ser amante, estudiante o bróker.
3.- El bloqueo es un síntoma, y no una causa.
Cuando sufrimos el bloqueo del escritor tendemos a otorgarle cualidades de enemigo imbatible. Esto es, por un lado le concedemos el don de la inmortalidad (“ya no volveré a escribir, porque el bloqueo siempre estará ahí”), y por otro le dotamos de personalidad independiente.
Dicho de otro modo: consideramos que el bloqueo que origina el síndrome de la hoja en blanco ha decidido visitarnos –para no abandonarnos nunca- un buen día, sin más motivo que nuestra condición de escritores. Es decir, nos bloqueamos por una mera cuestión estadística o de censo creativo.
Nada más lejos de la realidad: el bloqueo del escritor –cuando no es un mero espejismo propiciado por el balanceo creativo al que nos referíamos con anterioridad- obedece SIEMPRE a una causa subyacente.
Por lo tanto, y el consejo siguiente materializará la causa más habitual, deberemos hacer un ejercicio de espeleología introspectiva -valga la redundancia- para saber cuál es el detonante de nuestro bloqueo.
Obviamente, cada caso es un mundo. Pero si me aceptas el consejo, la resolución del bloqueo del escritor suele producirse cuando conseguimos encontrar la respuesta realmente válida y sincera a la siguiente pregunta:
-Realmente, ¿por qué escribo?
Si somos capaces de saber –sin engañarnos a nosotros mismos- la motivación que sustenta nuestra voluntad de narrar una historia, sabremos por qué de forma más o menos inconsciente una parte de nosotros la está boicoteando.
Os pondré un ejemplo personal: En mi vida “real” soy socio de un despacho de abogados. Dada mi presunta habilidad para la escritura, uno de mis cometidos es dotar de contenido la página web del bufete. Así que durante los últimos cinco-seis años he ido escribiendo a razón de uno o dos artículos por semana sobre diferentes aspectos del derecho, que consideraba de interés tanto para otros abogados como sobre todo para los posibles usuarios de la justicia. Por lo que sea, estos artículos han ido adquiriendo relevancia y no hace mucho a través de una herramienta de análisis de Google comprobé que durante el último año natural nos habían visitado casi un millón de usuarios únicos.
¿Qué pretendo explicando esta anécdota? Pues poner sobre la mesa una paradoja sobre la que me gustaría que reflexionaras: yo creía que escribía para tener miles de lectores, pero si eso hubiera sido verdad el hecho de saber que me lee casi un millón de personas al año colmaría al escritor que llevo dentro. Y no es así. Ello es debido a que lo que realmente quiero es contar mis historias. Y si –obviamente-las lee un millón de personas, pues mejor, pero no es eso lo importante.
4.- El utilitarismo creativo
Nos han inculcado la necesidad de triunfar. Es más nos han definido de manera unívoca qué es lo que se debe entender por triunfar.
El problema –para nosotros- es que la creatividad y el triunfo tal como nos lo han enseñado se llevan muy mal.
Se nos ocurre una idea para una novela y nos planteamos si la misma triunfará. Si será comercial, si será rentable, si atraerá a los editores, si será factible su reconversión en guión para el nuevo blockbuster de Hollywood. Y poco a poco nos vamos diluyendo, supeditando nuestra idea original –y la pasión que la sustentaba- a unos patrones adquiridos bajo cuyos presupuestos la idea original –dicho en su doble sentido- podría devenir en estrepitoso fracaso.
Y entonces vamos transigiendo, vamos reeducando a nuestro escritor para que sea ese adalid de la fama que firma autógrafos en ferias y grandes superficies. Y en el proceso nos olvidamos de lo que realmente queremos contar, y nos perdemos en una hoja en blanco.
Si el bloqueo del escritor que padeces tiene algo que ver –siquiera remotamente- con la idea de que lo que escribimos no triunfará, no padeces un bloqueo, sino que has sido víctima de una adiposidad autoimpuesta llamada utilitarismo creativo. No escribes porque tu censor –hablaremos de él en el próximo consejo- cree que no te ganarás la vida contando lo que quieres contar.
¿Y sabes qué? Tres de cada cinco escritores que conoces (o cinco de cada cinco escritores que han trascendido a su época) escribieron lo que quisieron escribir, y lo convirtieron en algo que sus lectores quisieron leer (y no al revés)
5.- Batallando con el censor
Dicen que escribir es una actividad solitaria. Pero no es verdad.
Al menos no del todo.
Y es que cuando escribimos nos desdoblamos. Se activa –o se intenta activar- a nuestro yo creativo, pero al mismo tiempo hacemos lo propio con el censor.
Llamaremos censor a la parte de nosotros que criba, opina, aprecia o desecha nuestras propias creaciones. Es el que, creyéndose anticipar al lector, editor, crítico, etc, coloca el listón de lo aceptable y de forma implacable destruye todo aquello que no supere el mismo.
Son innumerables los escritores –consagrados o desconocidos- que reconocen escribir mejor cuando llevan unas copas de más, o están directamente borrachos. En el fondo, no es que escribamos mejor cuando nos hallamos bajo los efectos del alcohol o cualquier sustancia psicotrópica: lo que sucede es que en ese estado nuestro censor interior se adormece, permitiéndonos “colar” hacia la superficie textos que de otra manera hubieran sido cercenados antes de siquiera desarrollarse.
Y aquí tenemos el último de los consejos para superar el bloqueo del escritor: revisa los requerimientos de calidad de tu censor y ajústalos a unos parámetros razonables. No permitas que unas expectativas férreas atenacen cualquier brote creativo.
Seamos claros: cuando nos referimos al síndrome de la hoja en blanco no queremos expresar una imposibilidad absoluta de escribir, sino la imposibilidad de escribir algo que satisfaga al lector. Prueba a escribir, lo que sea, aunque oigas chasquear la lengua virtual de tu yo crítico. No tomes decisiones drásticas sobre lo que has creado, posponlas para el día siguiente. A lo mejor a la luz del nuevo día (o de la nueva noche) lo que has escrito no merece la extinción, sino una reescritura, o meramente una vuelta de tuerca. Y si finalmente decides que no sirve, al menos habrás “desengrasado la máquina creativa”. Piensa que a escribir se aprende escribiendo, no fantaseando sobre esa frase perfecta que nunca llega.
Hasta aquí nuestros cinco consejos para superar el bloqueo del escritor. Si te ha gustado, o tienes alguna pregunta o sugerencia, déjala a continuación.