“Estés donde estés, lo único seguro es que siempre habrá un lugar mejor y un lugar peor en los que en este preciso momento podrías estar”, solía decir Aníbal. Luego, cuando años después falleció tras una prolongada exposición a las sobredosis más diversas, no supimos si finalmente el cabrón de nuestro bajista había acabado saliéndose con la suya o meramente la muerte quiso demostrarle que se equivocaba despojándole de alternativas, que era por cierto una de las peores cosas de las que podías despojar a un nihilista desencantado como Aníbal.
Muchos años después, hoy, mientras deslizo los dedos índice y corazón por entre los miles de vinilos de segunda mano de la tienda de discos Perseo, me viene a la cabeza que no se me ocurre otro sitio mejor donde pasar esta tarde de sábado que sintiendo el tacto levemente pegajoso de las cubiertas, al acecho de esa pieza que sin saberlo he venido a buscar, que sin quererlo dará sentido e interrumpirá por hoy la búsqueda.
El vendedor tras el mostrador no es el habitual, lo sé porque no me recuerda. Es un tipo con cara de mangosta que me observa con ese aire de engargado de guardarropía que sabe que en algún momento recibió tu abrigo, pero no acaba de recordar cuál es. Por sacarlo de dudas y concederle de paso un pequeño homenaje a mi maltrecha vanidad, me dirijo a la sección de grupos de rock nacional de los 70 y –no sin un esfuerzo preocupante- acabo encontrando “Rosas transitables”, nuestro tercer LP y uno de los que más vendidos de la banda. Levanto de forma disimulada pero ostensible la portada para que el vendedor observe el juego de espejos, el mismo rostro separado por varias décadas y no pocos excesos. El truco parece funcionar, porque el tipo con cara de mangosta sonríe para sí y deja de prestarme atención.
Me dispongo a devolver el disco a su estantería, pero una anomalía llama mi atención: el vinilo que tengo en mis manos anuncia doce canciones, cuando recuerdo perfectamente que todos los trabajos del grupo contaban con diez temas y un bonus track.
Repaso la contraportada. Efectivamente, este ejemplar tiene una duodécima canción que pese a lo que se indica en los créditos este su seguro servidor no ha interpretado ni compuesto. No es una reedición ni el típico disco homenaje ni a simple vista parece una falsificación. Es mi puto disco con un segundo extra llamado “navidad en ciudad jardín”, que hay que joderse además con el título.
– ¿Algún problema, señor? –el dependiente me mira más alarmado que solícito. Supongo que he estado jurando en arameo.
– No, chaval. Bueno, sí, ¿tienes internet ahí?
– Sí, eh…claro.
– Mírame cuántas canciones tiene el disco “rosas transitables”, de los “Destilados”.
– Doce.
– No lo has mirado.
– No me hace falta. Sé perfectamente que ese disco, a diferencia del resto de los que publicaron los Destilados, tiene doce cortes.
– ¿Esto es una cámara oculta o qué te pasa a ti?
– Si tiene pensado causar problemas, señor, le advierto…¡Oiga!
Le arrebato el disco al vendedor y antes de que el tipo pueda reaccionar, la última canción del vinilo de mierda resuena por toda la tienda. No necesito ni tres compases para estar seguro: Sin duda la voz que suena es la mía, y también lo es la guitarra líder y la progresión de acordes en que se basa la armonía. Me siento en el suelo, desconcertado, embelesado, preguntándome cómo he podido olvidar el mejor tema que he compuesto.
No sé cómo, pero sé que me muero, y pese a la convicción respecto de la inminencia de tan terrible desenlace no consigo que se me borre la sonrisa bobalicona. ¡Toda la vida buscando componer la canción perfecta y cuando la estoy palmando me doy cuenta de que ya la había compuesto!
Mañana las noticias hablarán de mí. No al principio, claro, he sobrevivido a buena parte de mi generación y lo más probable es que den cuenta de mi óbito en un breve antes de los deportes. Me sacarán cantando “maletas de arena”, seguro, y no perderán la ocasión de destacar que morí escuchando uno de mis éxitos en una vieja tienda de discos, como un extravagante anacronismo apurando el último bonus track de una vida demasiado larga.
Autor : Erre Medina

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