La cara y la culpa

Asumido el inminente divorcio llegó un punto en el que me conformé con ponerle cara a la zorra. Más que de celos se trataba –o eso me repetía mientras esperaba apostada frente a nuestra casa con la intención de seguir a mi marido- de buscarle un contexto a ese futuro que estaba a punto de desgajarse del mío.

Pedro no tardó en atravesar el portal. Le seguí con más precauciones de las necesarias, visto el paso vivo y decidido que llevaba.

No cogió su coche y pasó de largo cuando llegó a la parada de autobús, confirmando mis sospechas de que había conocido a su amante de forma casual, quizás comprando champiñones en el súper o poniéndole la vacuna del moquillo a Rufus. Me llamó la atención que llevara puesta la misma ropa con que había llegado del trabajo, ¿tanto tiempo llevaba engañándome el muy cabrón?

Finalmente se detuvo frente a un portal abierto y tras confirmar el número entró sin más dilación. No comprendí lo que realmente estaba pasando hasta que le vi doblar el primer tramo de escaleras. Quise gritar, mas si lo conseguí de nada sirvió. Subí desesperada de dos en dos los escalones, justo a tiempo para ver cómo Jaime abría la puerta de su apartamento ante los insistentes timbrazos, justo a tiempo para contemplar la cara de incredulidad de mi amante cuando mi marido le clavó en el corazón el cuchillo de cocina que nos regaló mamá.

Autor : Erre Medina

arabescos
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